¡Pásele, güerito!: el mito de las castas en el México novohispano

Se tiene la idea perniciosa de que la sociedad novohispana es una sociedad de castas. Pero no lo es. Es una sociedad estamental. Existe ascenso social a través de méritos a pesar de la etnicidad. Ahí está el caso del mulato Don Nicolás del Puerto, hijo de una mulata oaxaqueña y un español, quien terminó siendo Obispo de Oaxaca. Según el doctor Antonio Rubial, nadie señalaba al Obispo como mulato, todo mundo lo consideraba español. Incluso cuando llegó el arzobispo gallego Sagade Bugueiro de visita a Oaxaca y reclamó: "¿qué hace este negro de obispo? La gente le dijo: "¿Cuál negro? Si se refiere al obispo, él es español". 



En la sociedad novohispana existen nobles y plebeyos, tanto entre los indígenas como entre los españoles. Incluso hoy en día te puedes encontrar caciques indígenas, dueños de rancherías y propietarios de varias cabezas de ganado. En la sociedad novohispana no existe la exclusión social por raza, sino por estamento. La raza es un concepto que se incorpora hasta el siglo XIX.

La historiadora Pilar Gonzalbo ha revelado, a partir de documentos parroquiales, que la existencia de un verdadero sistema de castas es un mito. La idea en la que se construyó esa noción se debe a varios factores: 

1)   La famosa pintura de castas.

2)   La confusión entre las castas inflexibles de la India y las llamadas calidades en México.

3)   El peso del maniqueísmo en la forma de entender la historia.

En primer lugar, las castas de la India fueron un ejemplo de organización inflexible. Existía una clasificación de grupo racial, con una base religiosa, donde la religión determinaba la mentalidad y la conducta de los miembros de cada una de las castas. En México esas “castas” eran todo lo contrario. Lo que se ha llamado castas, eran en realidad  “calidades”, una clasificación flexible, que permitía el paso de un nivel a otro; a diferencia de la India, cuyo principio era inflexible. Sólo imponía algunas restricciones en ciertos oficios muy respetados (como la platería, reservada a españoles). En todos los grupos sociales se daba la tendencia a contraer matrimonio entre quienes pertenecían a la misma calidad (y también al mismo oficio, cofradía y parroquia). Además, los novohispanos no tenían ningún problema en mezclarse entre ellos. Era lo normal, lo común. ¿Cómo lo sabemos? La frecuencia de nacimientos de hijos ilegítimos era muy semejante entre las mujeres españolas y las indígenas. Esa idea de sólo poseer a las indígenas y luego abandonarlas, no era privilegio de nadie.

La ilegitimidad en el siglo XVII, en la ciudad de México, era del 45% de la población. Casi la mitad de la población no podía ser marginada ni rechazada ni por casta ni por matrimonio. Incluso en los padrones parroquiales los mestizos nunca aumentan. Sólo hay españoles o indios. Van a pasar de una calidad a la otra, según convenga.


También debemos entender que la designación de “españoles” en esa época, en realidad significaba ser gente decente e incluía a gachupines (españoles peninsulares), criollos y castizos o mestizos que tuvieran un oficio respetable, una situación familiar honorable y gozasen del respeto de sus vecinos y conocidos.

En segundo lugar, las pinturas de castas no sólo aparecen personas, sino también sus alimentos, carácter y manera de ganarse la vida. Muy en sincronía con la clasificación botánica de la época. La nociva interpretación que se ha hecho de estos cuadros los muestra cómo una guía para clasificar a las personas por raza. Nada más falso. El criterio no es racial. La evidencia son los registros parroquiales. Si la familia quería decir que su hijo era español o indígena, así lo bautizaban. También podías encontrar que Don Tenoch Ipalnemohuani Lejía, cacique indígena del pueblo, ni era en realidad indígena ni mucho menos español. Cuando les conviene son indios; cuando no, son mestizos o españoles. Por ejemplo, según Solange Alberro, los mestizos y  los negros se dicen indios para no pagar las subvenciones eclesiásticas. O se nombran españoles o mestizos para no pagar el tributo. Son categorías tan fluidas que destruyen la idea racial por completo.



En tercer lugar, esta visión maniquea, perniciosa, de una diferencia racial es falsa porque toma una parte por el todo. Hay zonas como Oaxaca donde el mestizaje fue escaso, pero si vamos a Tlaxcala el mestizaje fue intenso. Hay investigadores que siguen observando este periodo como un espacio de racismo, donde las castas son el espacio imaginario donde ocurre las vejaciones más diversas. Una idea falsa que el nacionalismo revolucionario explotó en su afán de negar el México novohispano,  enalteciendo el siglo XIX y la Revolución, quienes negaron reiteradamente esa pluralidad social que sí existió en Nueva España.

Por último, el tema de exclusión racial en el México novohispano es un mito que ha resurgido en los medios. Investigadores y figuras públicas han puesto sobre la mesa, nuevamente, el tema del racismo colonial y lo han extrapolado a la actualidad. Sin embargo, el rechazo o la exclusión parece más vinculado a la clase social que a la raza. Una persona morena, indígena o negra, si tiene dinero en México, su color pasa a segundo plano. Una rubia mexicana, digamos, no tendría ningún problema en tener hijos con un moreno oscuro si éste tiene dinero o prestigio. El ejemplo más visible son los narcos o los jugadores de fútbol, quienes muchas veces se circunscriben a esa tipología de discriminación étnico racial y llegan a tener mayores ingresos que un blanco, de ojo azul.  No es un problema racial, como sí lo es en Estados Unidos, sino de poder adquisitivo, de posición y de reconocimiento.

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