Mundo lunaticus, el nómada luminoso


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Cuando emprendas tu viaje a Ítaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias. 
Cavafis
Al momento en que lees estas líneas alguien emigra. El 3.4% de la población mundial reside en un país que no es el suyo. Las razones son diversas: desplazamientos forzosos, refugiados, asilo, intercambios académicos, entre otros. Sin embargo, la política ha reducido la migración a una cifra, despojándola de su representación humana.
Mundo lunaticus (partitura dramática de teatro físico), dirigida e interpretada por Aarón Govea, reflexiona en torno al fenómeno migratorio desde una perspectiva íntima. Govea despoja a la migración de su carácter político-social y lo reduce a su carácter humano. El escritor de Mar Monstrum nos recuerda que existe una naturaleza nómada del ser humano que trasciende las fronteras. En este sentido, la obra de Govea construye la historia de un hombre que inicia un viaje por diferentes espacios: el reconocimiento de su propia naturaleza interior, la búsqueda de un mejor lugar para desarrollarse (el desierto, el paraíso, hasta la luna). Frente al libre desplazamiento surge la restricción. No todos pueden migrar. No todos pueden cruzar. Se requieren papeles, permisos.  

De esta forma, Mundo Lunaticus induce al espectador a plantearse diversas preguntas: ¿De quién es el territorio? ¿Acaso las fronteras no son construcciones artificiales? ¿Hasta qué punto los individuos tienen derecho de ir de un país a otro de forma libre? La partitura escénica de Govea nos permite adentrarnos justo en esa angustia y en aquella incertidumbre del migrante. Reconocernos en el otro, dialogar con él, a través del arte y del humor. “El ser visto por el otro es la verdad del ver al otro. Solo me apercibo de la realidad del otro, de que es un sujeto como yo, cuando me mira y me convierte en un objeto visto. Nos reconocemos tal como somos porque sabemos que otro nos está mirando”, afirma Sartre. Ese otro, es también uno. Soy yo. Eres tú.
Mundo lunaticus es una partitura escénica de teatro físico, donde lo que predominan son tres fuerzas poéticas: las acciones ejecutadas por el actor (Aarón Govea), y su relación con los objetos (el diálogo es mínimo); el impecable diseño sonoro de Maud Giboedau; y el extraordinario trabajo de iluminación de Jorge Kuri Neumann. Este equilibrio entre el trabajo actoral, la iluminación y el sonido en tiempo real, hacen de la obra de Govea un torrente de símbolos, metáforas, claroscuros alargados y enigmáticos, como los arcos de una catedral gótica en el centro de la luna.
Por último, Mundo lunaticus, continua el trabajo experimental e independiente que la compañía Naranjazul ha venido desarrollando esto últimos años: el trabajo físico del cuerpo, la reducción del texto dramático, el humor absurdo, la búsqueda de sentido frente a una realidad ambigua, vaporosa y brutal. Sucesivas imágenes, acordes nostálgicos, fulgores nocturnos y anécdotas que ensamblan una historia. Me recuerdan a aquella idea de Albert Camus: “El trabajo de un hombre no es más que este lento viaje para redescubrir, a través de los desvíos del arte, esas dos o tres imágenes grandes y simples en cuya presencia se abrió por primera vez el corazón”. La obra de Govea es ese lento viaje de redescubrimiento y cavilación que nos obliga a plantearnos: ¿Quiénes somos? ¿Hacia donde vamos? ¿No somos también nómadas, migrantes, pasajeros? Al momento en que lees estas líneas alguien migra. Quizás sea tu corazón que se abre al mundo.





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