Mi constancia de mayoría contra el lujo




Tuve un sueño. Recibí mi constancia de mayoría como presidente electo. Luego mostré mi pergamino sagrado a la concurrencia, quien se apelotonó eufórica para tomarse una foto o abrazarme. Luego de sonreírles, me dirigí en bicicleta a la casa de campaña, para reunirme con un compacto grupo de científicos sociales, egresados de Harvard, Princeton, MIT y Berkeley, que respondían al nombre de “sus asesores, señor presidente”. Junto con ellos, calenté el lápiz y estiré el argumento, para diseñar un docto programa contra la desigualdad, a partir de la distribución de la riqueza, y el cobro de impuestos a herencia y bienes suntuarios. Lo diseñamos con la misma pasión y entusiasmo de un colectivista, acomodado en su nueva posición de privilegio: la élite burocrática de la izquierda (en mi sueño yo era de izquierda). Como Moisés, levanté mi tabla programática y les dije: “ a toda capillita, le llega su fiestecita”. Todos aplaudieron.
-Señor, presidente, hará historia.
-Se equivocan, juntos haremos historia.
Brindé por la llegada de mis nuevos moralistas que despreciaban los bienes exteriores que no eran suyos. Me recordaban tanto a los humanistas y escritores del siglo XVII, que saltaron a la palestra para defender las reformas del conde-duque de Olivares, un hombre obsesionado por enderezar moralmente el rumbo de España, a través de ciertas reformas e impuestos a los comportamientos sociales que, supuestamente, estaban socavando los cimientos del imperio. Me sentí un nuevo Olivares que emitía leyes antilujos, para frenar el aumento desenfrenado del boato y de los gastos en adornos y trajes, que ya se venía criticando desde el siglo XVI, porque las mujeres nobles se gastaban el dinero en ropas y en aceites, y los hombres en carruajes.
Recordé que estos asuntos le preocupaban también a Francisco de Quevedo (adoro citar a la Historia con mayúscula), quien en La Hora de Todos y la fortuna con seso, escribió: “...las mujeres inventaron excesivo gasto a su adorno, y así la hacienda de la república sirve a su vanidad. Y su hermosura es tan costosa y de tanto daño a España, que sus galas nos han puesto necesidad de naciones extranjeras, para comprar, a precio de oro y plata, galas y bujerías, a quien sola su locura y devaneo pone precio”.  Pero ese atavío no era exclusivo de las mujeres. El humanista español, Jiménez Patón exhortaba a los sacerdotes a que reprendieran, desde el púlpito, a los hombres que usaban tufos y copetes, por considerarlos sodomitas. Además consideraba que era necesaria “la reformación del estado varonil, para que los extranjeros no los tacharan de afeminados”.
-¡Se me ocurre una idea!
-¿Cuál, señor Presidente?
-Debemos de elaborar un nuevo código moral para reprender las costumbres, como la Junta Grande de Reformación del conde-duque de Olivares. Podríamos llamarla Constitución Moral de la Transformación Republicana.
-¡Magnífica idea, señor!
-Además, hay que cobrar un impuesto por el uso de cadenas, brazaletes y corbatas. El lujo es pernicioso, como la historia nos lo recuerda. Hay que vivir con humildad. Ahí está Crsito, Juárez, Cárdenas, el conde-duque de Olivares…
-Pero el duque fue un valido de Felipe IV, nunca fue presidente.
-Los cargos nada significan, sino las acciones.
-Su corazón es generoso, señor Presidente.
-Es que yo no soy un hombre, soy un pueblo.


Comentarios

  1. Ese nivel de fino sarcasmo...buenísimo 💯👌 Lástima que te hayas soñado en la piel del nauseabundo Andrés 🤮

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