Babear las nalgas



Cuando era púber me quedé dormido en el camión, justo del lado que daba al pasillo. En el sueño mi cabeza reposaba en una nube afelpada de aromas cítricos. La tersura de su vaivén me arrullaba en sus contornos sinuosos hasta que una violenta sacudida me despertó. 

--Oye niño, ¿qué te pasa?
--Lo siento, señora. 
--Ya me babeaste las nalgas, puerco. 
--Disculpe, no creí que fueran suyas --dije mientras con la manga del uniforme secaba mis labios. 
--Si serás animal. ¿Y de quién chingados creías que eran? --respondió mientras cambiaba de mano la bolsa con naranjas. 
--Creí que era una nube. 
--Que nube ni qué la chingada. A ver si aprendes a no dormirte en el pesero.
Eso mismo me dijo, años después, mi amigo Luca Ilhuicamina, quien nunca ha viajado en transporte público, pero sabe de nalgas y de la vida. A pesar del bochorno, la experiencia me dejó grandes lecciones. Por ejemplo, aprendí a no babear en público mientras duermo y que todos los viajes ilustran, así vayas en pesero.

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