Titivillus y las ilustraciones impúdicas

De niño le pintaba bigotes y quevedos al Benito Juárez del libro de texto gratuito. Mis alumnos le pintan sombrero y barba al Quevedo de su libro. A Góngora le respetan su fealdad; así son ellos con los poetas culteranos. Supremacistas.
Es muy común que los estudiantes dibujen en clase; con frecuencia lo hacen en sus bancas, en sus libros de texto y en sus exámenes. Recuerdo que una alumna trazó una jirafa en el examen. La llamó La Jirafa del perdón. Otro alumno me dibujó un mapa de Europa, lo tituló el Sacro Imperio Romano Germánico de la Suerte. Los monjes copistas de la Edad Media transcribían libros teológicos y furtivamente pintaban obscenidades y ocurrencias en los márgenes de los libros. A veces dibujaban abadesas recoge penes de un árbol de falos; o bien, frailes defecando con el culo y los testículos al aire, como globos chinos. En ocasiones pintaban conejos asesinos que degollaban reyes o nobles. Los Monty Pyton, este grupo de humoristas británicos, tienen una parodia increíble al respecto (https://www.youtube.com/watch?v=VM5SETOYnd8).


Ese carácter lúdico, iconoclasta y transgresor nos permite profanar el aura de sacralidad que rodea al mundo libresco. La Edad Media se pinta sola para ello. Los copistas medievales se cuidaban de la intromisión de un demonio al que nombraron Titivillus o Tutuvillus. Este representante de Satanás lo mismo introducía errores de redacción que omisiones en el trabajo de los copistas. Habitualmente derramaba la tinta del scriptorium sobre un códice a punto de terminar o provocaba la distracción de los amanuenses, quienes equivocaban la transcripción. Entonces este personajillo molesto recogía los errores y las faltas de los escribanos, echándolas dentro de un saco pestilente para llevarlas al infierno como prueba de laxitud cristiana.

Probablemente los clérigos le atribuyeron a Titivillus las sátiras trazadas en los bordes de los manuscritos monásticos, pero no imaginaron que dichas imágenes, siglos después, serían dignas de estudio y de memes.

Si la existencia de Titivillus me hubiera sido revelada en la tierna infancia, lo habría culpado de mis errores en las tareas de mecanografía, en los ejercicios ortográficos que me dejaba la maestra Claudia y hasta de pintarle bigotes y quevedos al Benito Juárez del libro de texto. Aunque por el prócer me hubieran hecho un descuento,  ya ven que era masón y anticlerical (que no ateo).  Además, uno nunca sabe si las ilustraciones de hoy serán los estudios socioculturales del mañana.

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