El sincretismo maternal de Guadalupe
Hace unos días un nutrido contingente de católicos marchó por
quinta ocasión contra la escultura Sincretismo, de Ismael Vargas. No me
sorprendió su reparo. Jalisco es uno de los estados donde se concentra un
amplio número católicos. Si hubiera un concurso donde ganara quien baile el
Son de la culebra con un no católico, perdería. Lo que sí me dejó estupefacto fue que la protesta no era por los 5.2
millones que costó la escultura de Vargas, ni por lo horrible que le salió.
Afortunadamente las herejías artísticas nunca las castigó el Santo Oficio,
porque a Vargas lo hubieran reprobado en el potro. La razón de la marcha era exigir
el retiro de la obra de Vargas, no por fea y cara sino por ofensiva y
sincrética. Y es justo en este último
aspecto donde meteré mi cuchara sin cromo teológico, pero con baño histórico:
el sincretismo guadalupano.
Los católicos arguyen que la Virgen de
Guadalupe no es sincrética porque el sincretismo pretende juntar aspectos que
no necesariamente son verdaderos, pero sí paganos. Por ejemplo, juntar Coatlicue-Tonantzin,
continuación complaciente del mundo indígena, con la Virgen de Guadalupe es una
afrenta. Esto para ellos es sincretismo y paganismo. La Iglesia católica
defiende que la Virgen de Guadalupe ya existía, era una imagen sagrada y
profética; era una inculturación perfecta, porque ponía a Cristo en el corazón
del ser humano. Ella incultura a Cristo, afirman. Es el modelo de
evangelización perfectamente inculturada. Supongo que esta inculturación no es
exclusiva de Guadalupe. Todas las vírgenes también hacen lo mismo desde Bogotá
a Madrid. No me imagino a la Virgen de Fátima o a la del Carmen, como piezas de
porcelana hueca.
En cuanto a la negación del sincretismo,
habrá que recordarle a la Iglesia católica que en tiempos prehispánicos el
cerro del Tepeyac había sido un lugar sagrado dedicado a la diosa madre
Tonantzin-Cihuacóatl. Jacques Lafaye ha
señalado en reiteradas ocasiones que el culto guadalupano propagó la devoción a
partir del trasfondo prehispánico. Ahí está el registro de la peregrinación al
santuario de la Tonantzin en el Tepeyac, a la que asistieron los indios antes
de la Conquista, es decir, la Basílica a la que asisten hoy día millones de
personas.
Por tal motivo, el guadalupanismo es un
culto creado en un contexto indígena
pero aceptado por los españoles, lo cual le dio solidez. No hubiera echado
raíces profundas de haber suprimido dos de sus principales atributos: la
maternidad y la identidad nacional.
Por ello, resulta contradictorio que la Iglesia
católica vea al sincretismo como una pérdida de identidad, como un signo de
decadencia religiosa, como un corruptor de la Verdad teológica. Si ya en el
siglo XVI los religiosos franciscanos tenían el objetivo de suplantar la imagen
de Tonatzin-Cihuacóatl, para canalizar la devoción hacia la Virgen de Guadalupe
y así contribuir a la evangelización de los indígenas del altiplano central,
como lo ha documentado Gisela Von Wobeser. Para ello se valieron de una pintura
de la Virgen de Guadalupe, elaborada por el indio Marcos a petición de los
franciscanos, misma que destacaba por el hecho de carecer del Niño en brazos. Recordemos
las imágenes marianas de los siglos XV y XVI que se distinguieron por eso. ¿A
qué se debió este reemplazo? Quizás al interés de los franciscanos por promover
una controvertida doctrina: la de la Inmaculada Concepción de María, o sea de
su gestación libre del pecado original.
O bien hay otra razón posible, la de
elegir una figura cristiana con características similares a las de
Tonantzin-Cihuacóatl. Esta sustitución de imágenes paganas por figuras
cristianas con tipologías parecidas resaltaba el carácter materno de Guadalupe.
Un truco más viejo que el clavo del calendario.
En el albor del siglo XIX, los mestizos novohispanos
rompen con España. A partir de ahí comienza la formación de México como nación.
Si a eso le agregamos el elemento racial que se reactiva durante ese mismo
siglo, podemos afirmar que la virgen de tez morena se arraiga a la raza de
origen. Es el baluarte del movimiento independentista y el de un Estado nación
que pretende ser confesional.
La Virgen de Guadalupe se vuelve la madre
mestiza; la madre integradora de la nación mexicana. Una patria plural, diversa
y mestiza, producto del sincretismo novohispano. No hay comunista mexicano que
no sea guadalupano. Pero el gran momento de la Virgen de Guadalupe es cuando
deja de ser utilizada como el culto oficial del Estado. Entonces deviene su expansión.
Por último, el sincretismo no es
contaminación, ni es diabólico; es una vinculación a nuestra historia cultura.
Tan visible como el hecho de que el primer presidente de México, José Miguel
Ramón Adaucto Fernández y Félix, se cambió el nombre a Guadalupe Victoria, en
honor a la mismísima Virgen de Guadalupe. ¡Cuánta profanación de estos místicos
beligerantes, Dios mío! Si los católicos de Jalisco deciden marchar por sexta
ocasión, mas les valdría hacerlo por el desfalco al erario de una horrible
escultura y no por el sincretismo guadalupano que, también, nos ha dado identidad y
pertenencia.
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