La ruta del exnovio


Hay rutas insuperables. Como la del aventurero que asciende con estoicismo montañas escarpadas, frías, de filosas pendientes, o la del explorador bravío que se interna en la selva agreste e incierta, o bien la del navegante que cruza el Atlántico, entre olas fuertes y grandes como hordas bávaras. Pero hay una ruta extrema, compleja, tortuosa, a veces ineludible, que lejos de repeler al aventurero, tal parece que lo imanta hacia su sendero hostil, se le conoce como la ruta del exnovio o la curva del diablo. Dicha ruta consiste en hacer turismo en los vestigios de un amor que se acabó.
Mi amigo Livorio Pomodoro, alias El Pomo, me contaba, hace algunos meses, de aquel encuentro con una "joven de cabello suave, ojos risueños y labios carnosos de aguamiel", como la describió. Se habían conocido en el pasillo de una Convención de Tecnología Digital para Entreprenaurs del Siglo XXI y quedaron de verse para comer días después. ‘Fue como sumergirme en una alberca turbia. No paró de hablar de su exgüey, con el que había terminado hacía un año. ‘La comida Mediterránea es mi preferida’, me dijo. ‘¿Y por qué es tú preferida?’. ‘Ay, pues por su sabor. Bueno, es que J*** la preparaba muy bien. Como vivió dos meses en Grecia’. Luego me pidió que la acompañara a Santa María La Ribera. ‘Podemos tomar algo en una cantina que me fascina’, me dijo. Le contesté que sí, y más me valía haberle dicho que no, pero ya sabes que siempre digo que sí; no tengo fuerza de voluntad, en eso nos parecemos. Llegamos a la cantina que era como cualquier otra pinche cantina de cualquier otro pinche lugar. Pedí una cerveza; ella, una piña colada. ¿Y sabes qué me dijo, cabrón? Que cuando iba en la universidad ‘siempre pedíamos esto, son deliciosas. Prueba’. Y la neta si estaba muy pinche deliciosa, pero qué pedo con sus recuerdos colectivos; dijo pedíamos. ‘¿Quiénes pedían?’, le pregunté. ‘Pues mis amigos y ya sabes quién’, respondió. No mames, cabrón. Debí haberme ido en ese momento, pero creí que la ruta del exnovio me llevaría a su boca, a sus brazos delgados, a su escote pecoso, o ya de perdida a su mano, pero sólo me llevó a la salida. Luego me dijo que la acompañara al Kiosco Morisco, donde escuchó que había música en vivo y donde terminó bailando salsa con un joven experimentado y audaz, mientras yo sostenía su bolsa de mano. ‘¿Cómo es que conoces tan bien esta zona?’, le pregunté. ‘Es que vivíamos muy cerca de aquí’. Vale madres, pensé. Terminamos fumando pipa hookah, sabor menta con uva, en una casona que adaptaron como cafetería. Después de echar una bocanada, la besé, pero ella me dijo que aún no estaba lista, que mejor fluyéramos como el humo. Me hubiera parecido una comparación adecuada de no ser porque la pipa ya estaba seca y el humo se había esfumado", concluyó nuestro Bernal Díaz del Castillo del amor.

Al escuchar a El Pomo recordé a mi amiga Carlota Sandía, quien fumaba mentolados y solía hablar de su exnovio como un espectro omnipresente, dúctil, polimorfo. "Nunca pudo superar a su exmujer. ‘Que si B esto que si B lo otro’. ‘Que si esta películalibroserierestaurantelugar, cómo me recuerda a ella’, me decía el muy idiota. Y mírame ahora aquí, contándote de él. Yo creo que en el fondo lo sigo admirando o amando o ambas. Ya ni sé.  Ni me mires así. Qué tú no eres un santito. Malditos hombres, son el diablo", me dijo en aquella ocasión de nublado cielo.
Al principio escribí que la ruta del exnovio también es la curva del diablo. Y hay tantas rutas como diablos. Entre los espíritus impuros que expulsó Jesucristo está uno que dice llamarse Legión. "Legión es mi nombre, porque somos muchos”, aparece en Marcos (5,9,) y también se le aparece al aventurero cuya voluntad de combatir es igual de inmensa que su ego enamorado. Y en esa senda muchos perecen; otros, enloquecen; el resto sólo contempla al aventurero solitario que se disipa en el camino.


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