Tlacoyo de habas con empresa



El espíritu de colaboración laboral de un país se revela de formas misteriosas. Por ejemplo, si uno va al puesto de antojitos mexicanos "El sabroso" y pide dos tlacoyos con quelite y queso fresco puede descubrir lo siguiente: 
El tiempo de espera es siempre mayor a la duración del tlacoyo. De las cinco personas que atienden, las cinco dan indicaciones y solo una las realiza. La persona que cobra, pocas veces, sabe cuántos tlacoyos te comiste. La persona que está en el comal, preparando los antojitos, es como el cadenero del antro. Tiene el poder de retrasar tu pedido o entregarlo rápido. Todo depende de quién haya realizado la comanda: si las dos sobrinas o el hijo. El hombre que cobra también lleva las servilletas cortadas en horrible triángulo y siempre está afuera de la cocina. De las cinco personas que atienden el puesto de antojitos, la comunicación entre ellos no es la regla, sino la excepción. Esto se debe quizás a dos motivos: todos los trabajadores son familiares y todos están apelotonados alrededor del comal. 
--Le dije que de habas con quelites, tía.
--No, dijiste que con pollo.
--Yo le pedí una quesadilla de pollo, mamá --dice la joven de cabello recogido.
--Aquí sale este sope de hongos --dice la Señora del Comal y se lo da a un cliente.
--Yo no le pedí sope de hongos; yo pedí sope de tinga de pollo sin crema --grita el Cliente enfadado.
--Es lo que le digo Amá, ese sope, la quesadilla y el huarache llevan pollo.
--¿Qué pasó con el de haba con quelites, tía?
--Les digo que no me dicen bien. Ya les he dicho que lo escriban en esas pinches hojas que tienen ahí. 
--Pa qué lo escribimos, si se lo podemos decir, tía; además de todos modos ni nos pela --dice la otra sobrina de rostro cacarizo.
--Mejor cállate y echa más tortilla, niña.
Mientras la Señora del Comal prepara los antojitos pendientes, los demás escriben pedidos a través de su memoria que no es larga. Hay cerca de veinte clientes sentados en escuadra y uno que otro de pie. Los pedidos llevan cierto retraso y confusión. Unos clientes se desesperan y se van al puesto de enfrente, que es de barbacoa; otros, esperan al Cobrador que está distraído con su celular. De pronto, uno de los parroquianos se levanta y se va, pero el Cobrador le grita que no ha pagado.
--Pues no me cobras animal. Llevo tres horas esperando y tú baboseando.
Ambos se hacen de palabras y luego se mandan a la Chingada, que es un lugar tan  concurrido y soso que ya ni siquiera vale la pena nombrar. Salvo cuando le agregas la palabra “madre” al final.
Steve Jobs, recordaba Debi Coleman, dijo que cuando cuentas con gente muy buena no necesitas siempre estar encima de ellos. Desde luego que Jobs no pensaba en los changarros familiares mexicanos, donde parece que siempre hay que estar encima del personal para que no hagan como el Tío Lolo y para que no se agandallen la lana, los productos y los clientes. Ser una micro empresa familiar no es ninguna garantía de éxito, como tampoco lo es hacer deliciosos tlacoyos de haba con quelite, aunque el 90% de las empresas en el país sean familiares, y unas poquísimas sólo alcancen a sobrevivir hasta la tercera generación. Para que esto último ocurra, se necesita vocación de servicio, funciones claras entre los involucrados, responsabilidad completa del proceso, verdadero trabajo colaborativo (sin estarse poniendo zancadillas por acción u omisión). Estos changarros familiares revelan mucho de nuestra cultura empresarial y de nuestros vicios sociales. Tanto que, a veces, creo que el país es un tlacoyo de haba que se niega a ser preparado.

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