La hija de Bau Bau contra los hetéronimos

Hace unos días vi a Bau Bau . Llegó con su hija de dos años, quien no me reconoció, pero me saludó. Luego entramos a un restaurante alemán que vende menús mexicanos, y donde lo único alemán es la cerveza. Nos íbamos a sentar en unas sillas chaparras cuando la niña comenzó a llorar porque deseaba una periquera. Recordé a todos aquellos niños horribles que le hacen berrinches a sus padres por cualquier cosa, con la salvedad de que ella era mi sobrina. Apechugué. Terminamos comiendo en unas sillas altas con una mesa alta, como en las taquerías. Mi sobrina ya había comido, así que solo le dieron sandía picada. Bau Bau y yo comenzamos a degustar nuestras viandas cuando la niña pidió ver Pocoyó. Bau Bau le puso la serie en el celular hasta que se agotó la batería. Entonces mi sobrina lloró. Fue como si Pocoyó, como lo conocemos, hubiera dejado de existir. Para no sentirme miserable le presté mi celular, no sin antes preguntarle si no prefería ver un documental del tío Charlie. Ella solo gritó Pocoyó. Apechugué. Al terminar nuestros sagrados alimentos, acompañé a Bau Bau al médico.
-¿Quieres entrar con mamá a la consulta o te quedas con el tío Fer?
-Con el tío Fer.
Como Pizarro, mi sobrina optó por la aventura. Apechugué. Durante una hora fui varias cosas: juguete, tío Fer, conejo saltarín, tío Fer, lienzo, tío Fer, montacargas, tío Fer y atleta de halterofilia. Fui heterónimo y además nadie del consultorio me dijo: calle a su hija. En cierto sentido triunfé. Debo de confesar que cuando estoy en un lugar y hay niños corriendo a diestra y siniestra, me siento en ebullición. Esto se debe a Henry, hijo de la exnovia de mi amigo Supermetalero, quien durante una comida tiró las bebidas de tres clientes, a propósito. La madre solo se levantó y le dijo a Hernry que reflexionará sobre su mal comportamiento. El pequeño de cinco años la miró como quien mira un nugget y luego volvió a las andadas. A partir de mi experiencia, veo que no es tan fácil retener la atención de los niños durante mucho tiempo y que cuando se consigue uno se siente como el general Horatio Nelson cuando venció a los francoespañoles en Trafalgar. Por ello, ahora que vuelva a ver a un Henry corriendo por todo el restaurante, le diré: "Toma, niño, esta crayola imaginaria y ve a pintar un elefante en el lomo de tu padre".

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