Cumplir años



Cumplir años es un ritual del que nadie se escapa, como ir a un bautizo, perder los dientes o entrar a una tanda. Y como cualquier ritual se puede padecer o disfrutar o simplemente dejarlo de lado. Debo de confesar que cuando era más joven, anhelaba cumplir años, crecer, tener barba, ahora sólo me gustaría volver a la Estancia 4, donde estudié preescolar y fui besado por mi compañera Gisela, cerca de los baños. Fue un beso de piquito y revelación. También me encantaría volver a los cursos de verano del CENDI, organizados por el INFONAVIT, donde conocí a uno de mis mejores amigos. O bien a jugar fútbol americano con mi papá y mis primos en los llanos de Ecatepec y luego comprar boings triangulares congelados. A veces uno quisiera estar en otro lugar y no seguir gastando las balas del cartucho de la vida. De igual forma ocurre cuando te das cuenta de que a tu edad varios personajes ilustres ya eran ilustres y tu solo tienes lustroso para tu calzado café. En una suerte de comparación masoquista te pones a revisar sus biografías y dices: Martin Luis Guzmán, a mi edad, ya se había enemistado con Alfonso Reyes, ya había sido orador en un mitín de Corral y ya había publicado su increíble Querella de México. Mario Vargas Llosa, a mi edad, ya había ganado el codiciado Rómulo Gallegos, el Premio Biblioteca Breve, y el Premio Nacional de Novela del Perú. Y ya había escrito, al menos, tres grandes novelas imprescindibles: La ciudad y los perros, Conversación en la Catedral y Pantaleón y las visitadoras. En mi caso, la única enemistad que he tenido fue con un escritor que no respondía mis mensajes y me dejaba plantado cuando quedábamos de vernos; lo más cercano a un mitín ha sido un entusiasta discurso frente a mi cuñada y mi hermano, cuya docta arenga decía: "Bombones. Bombones de la libertad. Bombones de la justicia. Bombones"; y, por si fuera poco, apenas puedo con el capítulo tres de mi tesis de maestría que, al paso que voy, titularé "Historia sin fin para leer en un sínodo imaginario".

Otro caso es el de Álvaro Obregón, quien a mi edad, ya era un genio militar del carrancismo, jefe de la División del Ejército y Ministro de Guerra y Marina. Yo, las únicas escaramuzas que he organizado son lecturas y reuniones con escritores o analistas, quienes a veces me cancelan por no ser general ni nada, y alguno que otro festejo al que por lo regular van unos cuantos o no va nadie. Soy jefe de división de un escritorio donde organizó mis clases y despacho mi tropa de exámenes. Soy ministro de mí mismo y aprendiz de todo.

Hace algunos años, un querido amigo treintañero dijo en una reunión que, haciendo un recuento de su vida, llegó a la conclusión de que a su edad aún no había hecho lo que deseaba. Los presentes, que nos llevaban algunos años más, se doblaron de risa. 
-¿Cómo ves? ¿A su edad? 
-Entonces a nosotros qué nos queda- dijo uno de ellos.
Nosotros tampoco hemos hecho todo lo que deseamos, pero de eso también se trata la vida, concluyeron. 
En fin, asisto puntual a mi cumpleaños con la certeza de que no me llevaré nada a la tumba mas que la experiencia; como Machado, converso con el hombre que siempre va conmigo e intento viajar ligero de equipaje como los hijos de la mar.

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