Rituales Nacionalistas Institucionalizados

Hay tres cosas que todo niño mexicano ha hecho: honores a la bandera, bailar una danza tradicional y ver el desfile militar. Todas son parte de un ritual nacionalista que nunca se agota. Recuerdo cuando los lunes por la mañana nos formaban en el patio de la escuela, después de tomar distancias por tiempo, y nos hacían saludar a la bandera y cantar el himno. La mayoría lo hacíamos mal, a destiempo y somnolientos. Después nos regresaban al salón con el rostro enrojecido, ya por el sol o el frío o la vergüenza de haber sido regañados por la directora. Debo confesar que yo sí cantaba con enjundia, pues estaba en la escolta; pero mis motivos no eran patrióticos sino familiares: "o estás en el cuadro de honor o tus nalgas en un cinturón".
-¿Por qué se hacen honores a la bandera los lunes, maestra?
-Así dice en la ley.
Imaginé a los constituyentes redactando: "de no hacer honores a la bandera los lunes, los pasaremos por las armas como al general Carranza".
En cuanto a la danzas tradicionales, consideradas el corazón de la educación primaria, son abundantes y diversas. No es lo mismo el Jarabe tapatío que la Danza del Venado o La Adelita. El primero es mas bien un cortejo amoroso; la segunda, la lucha por sobrevivir a la muerte; y la tercera, la estampa de una mujer revolucionaria que está enamorada del sargento. Al final todas se parecen mucho a nuestra formación sentimental: el cortejo amoroso de alguien que luego se va y nos deja sangrando el corazón como venado sonorense. Tal vez es lo que siempre trataron de enseñarnos simbólicamente.


Las maestras se coordinaban con el de educación física para montar las coreografías. Hay escuelas en donde no existe la coordinación ni la camaradería ni nada, así que cada maestra terminaba dirigiendo su propia coreografía, como ocurrió en mi escuela. La maestra de segundo de primaria incluso pagó la escenografía. Mi mamá me llevó a comprar mi vestimenta de revolucionario a un lugar cerca del Parque de la China, que está en Clavería. Al que le decían Bosque de la China y que al parecer no tiene nada que ver con la canción que popularizaron Cepillín ni Tin Tan, pues no la escribieron ellos, sino un argentino llamado Roberto Ratto. La vestimenta de revolucionario consistía en un sombrero, unos huaraches y un fusil sin parque. El bigote nos lo pintábamos con plumón, a lo macho. El bailable fue un éxito a pesar de que dos revolucionarios terminaron peleándose cuando uno se metió en su fila y le robó su canana. Mal presagio.
Por último, los desfiles militares los veíamos en la televisión o en la calle. Cuando los veías por televisión eran tan aburridos como la hora nacional o como esos programas que pasaban de partidos políticos después de la Familia Telerín; cuando los veías en la calle tenías que agarrar buen lugar. Nunca detrás del corpulento nalgón que llevaba en hombros a su querubín. O de la señora malos-modos que te mordía al decirle: "me da permiso". "No, está apartado. Grrrrr gua gua".
Los desfiles militares se institucionalizaron casi al mismo tiempo que el nacionalismo revolucionario, es decir, con Cárdenas. Luego se volvieron una tradición muy mexicana, como el tapado, echar bala y decir muera el mal gobierno.

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