Candidaturas independientes: mito, panacea y realidad / II
La idea de que las candidaturas
independientes serán virtuosas, libres de interés, pulcras, por el sólo hecho
de ser “ciudadanas”, es tan entusiasta como un impuesto. Hay un hecho
irrefutable: cualquier ciudadano que compite por un puesto de elección popular es
un político. Un político con vestimenta “ciudadana” (considerando que los
políticos también son ciudadanos); un político sin aval de partido, pero con
aspiraciones políticas. Aristóteles no
se equivocaba al considerar al hombre
como un ser social, pues su naturaleza lo hacía poseedor de la palabra para
manifestarse dentro un contexto de participación comunitaria. Los ciudadanos
que hacen política y que aspiran a un cargo público son políticos. Tan
políticos como los militantes de un partido.
Coincido
con Luis Carlos Ugalde en que el concepto correcto sería candidatura sin el aval
de partido político porque el calificativo de independiente se debería medir
con relación a qué: ¿al poder cultural? ¿al poder económico? ¿al poder
político? Con frecuencia la sociedad civil coloca a los candidatos
independientes en un pedestal, del lado de los suyos, del lado de los buenos -ningún
ciudadano se considera malo frente a un político-, y coloca a los políticos del
bando contrario. Es normal; el hartazgo de la sociedad frente a los partidos
políticos es evidente y se debe en gran medida a la omisión de éstos por brindar
un servicio público, de gestión, de construcción de ciudadanía, de cara a la
sociedad que representan. Lejos de la demagógica idea de que sólo el pueblo
puede salvar la política; son en realidad los políticos profesionales (provenientes
también de la sociedad y no de Marte), sometidos a un escrutinio público, los
únicos que salvarán a la política. La política requiere mejor política para así
fortalecer al sistema democrático.
Maquiavelo
afirmó que en todas las cosas humanas, cuando se examinan de cerca, se
demuestra que no pueden apartarse los obstáculos sin que de ellos surjan otros.
El caso de las candidaturas independientes representa aciertos, pero también
contrariedades. En primer lugar, la posibilidad de que surjan candidatos,
vinculados a intereses, como el caso de Xavier González Zirión (hijo de Javier
González Torres, sobrino de Víctor González Torres, el Doctor Simi, y dueño de
las farmacias el Fénix y del Ahorro), quien con la gorra “ciudadana” tapizó la
ciudad de espectaculares, en 2012, con el lema de su movimiento: “Alguien tenía
qué decirlo: Menos políticos, más ciudadanos”. González Zirión terminó siendo
candidato del PRI-PVEM a la delegación Miguel Hidalgo; es decir, siempre fue un
político con aspiraciones políticas. No tiene nada de malo ser un ciudadano con
aspiraciones políticas, menos ser hijo de una familia prominente; el problema
radica en negar la propia condición de la candidatura “ciudadana”: la
aspiración política.
En segundo
lugar, encontramos el llamado transfuguismo. Una persona puede militar en un partido
político, perder la contienda interna o la nominación plurinominal, y abrazar una
candidatura independiente. Desde luego esto representa un conflicto, pues por
un lado existen dos principios constitucionales: el respeto a la democracia
interna de los partidos y el derecho del ciudadano a postularse. Es decir, los
partidos eligen a los ciudadanos que crean conveniente sin que la autoridad
intervenga en su postulación; por otro lado, constitucionalmente los ciudadanos
pueden postularse a un cargo de elección popular. Negárselos, sería violar sus
derechos.
En tercer lugar, las personas
que colaborarán con el candidato independiente, sus promotores, sus asistentes,
¿lo harán por la mera voluntad de servir a México?, ¿por los ideales y el proyecto
que el candidato enarbola?, ¿por los honorarios que recibirán?, ¿o por todo lo
anterior? Lo cierto es que esa suma de voluntades políticas requiere de
incentivos para realizar su trabajo, más allá del ideal de participación
ciudadana; de lo contrario, ninguna candidatura se sostendría.
El
sistema político mexicano fue construido para un sistema de partidos. Las
candidaturas independientes amplían la oferta política, a pesar de lo expuesto.
Rompen el monopolio de las postulaciones a puestos de elección popular por
parte de los partidos, sin que necesariamente las veamos como antagónicas al
sistema de partidos. Al contrario, pueden ser un factor de contrapesos que nos
ayude a evitar la crisis de partidos. De igual forma ayudan a participar en la
vida pública; sin embargo, no nos auxilian a resolver los problemas de fondo
del sistema político electoral mexicano: financiamiento ilícito y narcotráfico;
asignación de diputados de representación proporcional a través de fórmulas que
distorsionan la voluntad popular. Las candidaturas independientes no han dado
respuesta a todos estos elementos, como han expuesto reiteradamente Nieto
Castillo y Astudillo Reyes. No olvidemos la máxima de Tocqueville: “Más que las
ideas, a los hombres los separan los intereses”.
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