Cristiada y el evangelio maniqueísta






La historia política de México cruza ineludible por el poder económico y político de la Iglesia católica.  Bastaría con atisbar el siglo XIX para enumerar una serie de afrentas al orden institucional y jurídico de un país que buscaba modelar su identidad. Las Leyes de Reforma marcaron, sin lugar a duda, la diferencia entre el púlpito y el Estado, y establecieron el fin del predominio eclesiástico a partir del orden legal. Lo civil para el Estado; lo espiritual, para la Iglesia.  La llegada de Madero causó escozor en la Iglesia, quien veía con malos ojos las creencias espiritistas frente a sus propios dogmas. Luego llegó Carranza y la Constitución de 1917, quienes provocaron animadversión en la jerarquía católica. Años más tarde arribaron los sonorenses Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles quienes continuaron la prédica constitucional de separar el clero del Estado.                                                                                                         
          Hace unas semanas se estrenó la película Cristiada, dirigida por Dean Wright,  una narración épica de la Guerra Cristera (1926-1929), protagonizada por Andy García, como el general Gorostieta.  Cristiada, escribió el crítico Hugo Hernández, no sólo es una cinta esquemática sino que también es maniquea. Hace una distinción clara entre los buenos (cristeros) y los malos (Calles y los militares). Los primeros tienen el valor de luchar por sus derechos; Calles es caprichoso e irracional, autoritario y cruel. Pero la cinta olvida describir cuando el clero intentó desesperadamente obligar al Estado a cambiar los artículos que tenían que ver con la propiedad eclesiástica, el registro de los sacerdotes dedicados al culto de los templos, la prohibición de operar escuelas confesionales y fijar limitaciones de llevar actos de culto público fuera de los templos. Asimismo, no hace público que era urgente detener la sangría que significaban los setenta u ochenta millones de pesos que anualmente remitían los católicos mexicanos al Vaticano para engrosar las arcas del Papa, pues se requerían en México para darle mantenimiento adecuado a los templos, como ha apuntado el historiador Mario Ramírez Rancaño. El respeto irrestricto a las leyes mexicanas y a la Constitución y la administración gratuita de los sacramentos, por decir algo.
              Más allá de las críticas técnicas vertidas en torno a la película, me interesa rescatar el uso político que se ha hecho de ésta,  Fernando Rodríguez Doval, diputado asambleísta del PAN, apunta en un artículo: “La película ‘Cristiada’ no solo se apega a la realidad de lo sucedido hace más de 80 años, sino que hasta se puede quedar corta. Realmente los historiadores más serios, como Jean Meyer, que han estado estudiando esta época de la historia, han llegado a la conclusión de que verdaderamente México estuvo tiranizado por personajes siniestros, como Plutarco Elías Calles”. Me gustaría recordarle a Rodríguez Doval lo que escribe el propio doctor Jean Meyer, en su libro La Cristiada: “No ha habido otro hombre como el General Calles. Fue grande, tan grande que recuerda a uno de los más grandes emperadores romanos: Diocleciano que fue salvador del imperio, y al mismo tiempo perseguidor de los cristianos”. Y agrega: “Calles fue el hombre de una empresa de control universal y absoluto sobre el país, de una modernidad y de una eficacia sin precedente, que culminó con la creación del PNR (antecedente del PRI).                                                                              
             Sin embargo, Cristiada resalta la figura de Calles como la de un loco sanguinario, cuya  acción política, en torno al conflicto eclesiástico, empaña su ejercicio de gobierno sin concederle mérito alguno. De pronto se olvida el atentado contra Obregón en el Bosque de Chapultepec por parte del ingeniero Segura Vilchis, de la Liga Nacional para la Defensa de la Libertad Religiosa,  y el padre Miguel Agustín Pro Juárez. O el hecho de que varios grupos inconformes con el grupo de sonorenses (De la Huerta, Obregón y Calles) robustecieran al movimiento cristero  a partir de la suma de descontentos locales.  O los excesos violentos en los que los propios cristeros recurrieron en reiteradas ocasiones.                                                             
           Por último, Cristiada es la transubstanciación de la violencia en corpus divino. La historia jamás contada a través de un melodrama sesgado, maniqueo, tendencioso y coyuntural.   

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