Exámenes finales, el pináculo de mi carrera.


Uno de los momentos cúspide de mi vida, donde me siento un verdadero general Patton en la costa de Marruecos, es cuando aplico exámenes finales. Los exámenes finales tienen como característica principal generar en los profesores cierto magnetismo que produce en los alumnos altas dosis de mansedumbre, esfuerzo desmedido, avidez cognitiva, trato amable y respetuoso. Si durante el curso escolar el alumno respondía beligerante al ser amonestado (Profesor, no me fastidie, no ve qué estoy haciendo la tarea que dejó la maestra Gina), o bien, pasaba la clase viendo un punto blanco imaginario o embarrado en el pupitre (mientras uno dictaba su cátedra magistral en torno a la importancia de la materia equis en la vida cotidiana, dejando medio hígado tirado en el aula), durante los exámenes finales estas deficiencias del alumnado se desvanecen por arte de magia.


A lo largo de mi corta experiencia docente he sido testigo de diálogos perfectos como los siguientes: ¿Profesor, no me puede ayudar? Pero si no hiciste nada durante el curso, te la pasaste dormido. Es que su voz me arrulla; además nunca di problemas.

Profesor si le entrego la guía me sube un punto para que pueda pasar. Pero si la debías de entregar para que te diera derecho a examen final. Sí, profesor, pero tuve un problema familiar-existencial-amoroso, y no la pude entregar. ¿No me la puede recibir extemporánea y me sube un punto?

Profesor (aquí el alumno se quiebra en llanto) necesito pasar, sino mis padres no me llevarán de viaje a Ibiza y ya compraron el boleto. Pero si me dijiste que no habías estudiado porque estabas deprimida, debido a que en tu casa no tenían dinero para pagar la colegiatura. Sí, profesor, pero es un regalo de la abuela.

Profesor, si le regalo una botella de whisky finísimo y un libro me pasa. No, detesto el whisky, y descargo los libros de Internet.


Este pequeño ritual se le conoce como “negociación académica”. Un proceso en el cual el alumno pasa de ser un lirio que flota en las aguas cenagosas del canal de Xochimilco a una persona pedinche. Claro que lo más interesante de esta negociación académica es nunca olvidar la máxima de la sabiduría popular: Hacerle un favor al ingrato, es tanto como ofenderlo. O lo que el maestro Groucho nos recuerda: Nunca olvido una cara. Pero en su caso, haré gustoso una excepción.



Comentarios

  1. Sé lo que se siente, al menos tienes el apoyo y el valor, sobre todo lo primero, para poder mandarlos a extra... jeje.

    Saludos y abrazote

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