Elogio del compadrazgo



Después de mucho reflexionar he resuelto hacer una defensa del compadrazgo. Mi decisión se debe a dos razones: la primera es que a lo largo de la historia de México se puede observar cómo el “compadrazgo” ha prevalecido en la mayoría de las decisiones políticas del país, para bien o para mal, y es parte de nuestro tejido cultural intangible. Por ejemplo, qué hubiera sido del país sin el plan de Agua Prieta y el pacto establecido entre Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón y Plutarco E. Calles. O bien, Porfirio Díaz y Manuel González. Asimismo, cómo olvidar aquella frase de Juárez: con mis amigos la benevolencia, con mis enemigos la ley. También está el ejemplo de lo que Joseph Stiglitz, Premio Nobel de Economía, apunta que ocurre en México “crony capitalism”: el capitalismo de cuates, que retomó Denisse Dresser en su célebre ponencia ¿Qué hacer para crecer? Ejemplos tenemos y de la más variada tonalidad.

En segundo lugar, es casi un hecho que los mexicanos no vamos a cambiar nuestras malas costumbres de un día para otro (ni nunca) y seguiremos fomentando las mañas retorcidas con nuevos nombres. Por tal motivo, considero lo siguiente:


1. El compadrazgo como aspecto sociocultural del mexicano debe institucionalizarse. La formalidad es indispensable.

2. Establecido el compadrazgo deberá volverse el picaporte hacia la movilidad social, el progreso y el desarrollo político, económico y educativo del país. No se debe olvidar que todo compadrazgo no es perfecto, sino perfectible.

3. Debe existir un compromiso inalienable entre los que suscriban el acuerdo, implícito o directo, para buscar el progreso material, económico y espiritual tanto de los beneficiados por ese pacto como de los círculos en donde sus decisiones influyen.

4. El compadrazgo debe fomentar la grandeza de los individuos y de las nación a través del fortalecimiento de los valores morales y de la solidaridad intrínseca que los llevo a celebrar dicho acuerdo.

5. Es requerimiento indispensable que el compadrazgo se suscriba entre hombres libres, educados y de costumbres bienhechoras. Hombres que no fomenten los vicios ni la maledicencia. De esta forma, se evitarán las críticas que lo señalarían como una de las piedras de obstrucción del desarrollo.


Por el momento, son las que se me ocurren, si se les viene algún otra a la mente es bienvenida. El compadrazgo existe, pero se debe profesionalizar. Tal vez se me reclamé por esta propuesta. No obstante, estoy convencido de que el 90% de la población mexicana ha recurrido o se ha beneficiado de este mecanismo en más de una ocasión (me incluyo). El problema ya no es siquiera eso; el problema se vuelve crítico cuando la siguiente premisa se nos vuelve costumbre: “Es bien pendejo, pero es mi compadre”. Lo mejor sería decir: “Es tan brillante que es mi compadre”. Si la grandeza se rodeará de grandeza, tal vez otro gallo nos cantaría. Recordemos aquella vieja conseja latina de Séneca: “Nosotros podemos nacer según nuestra voluntad. Existen familias de talentos distinguidísimos: elige en la que quieras ser admitido”.


Comentarios

Entradas populares

Vistas de página en total