Aquellos villanos villancicos navideños
Uno sabe que la Navidad ha llegado cuando retumban los villancicos de “Las Ardillitas con Lalo Guerrero” en el microbús. Pero esta degradación de la lírica popular no termina ahí, siempre llega Pandora a sorprendernos. Es muy probable que el autor del primer villancico, contenido en el Auto de los Reyes Magos, del siglo XII, hubiera preferido escribir su epitafio a soplarse una sobredosis de pop navideño.
Los
villancicos, tan arraigados en nuestra cultura popular, no siempre fueron ni
navideños ni sacros ni cultos. Según Valencia Zuloaga, la palabra “villancico”
es estrictamente castellana. Significa villano, un habitante de la villa o de
una población común. Por esto, en sus orígenes, el cantar de villano
(villancico) es un texto vulgar (no confundir con grosero), de estilo rústico y
de carácter profano que evolucionará gradualmente hasta transformarse en los
villancicos barrocos de tema navideño y sagrado. Y como cualquier evolución
lírica no estuvo exenta de influencias. En su torrente sanguíneo hay glóbulos
de la cultura provenzal, gitana, árabe, judía, indígena y africana, por
mencionar algunas. El villancico no tiene sangre azul ni nació en el portal de
Belén como muchos consideran. Eso sí, fue utilizado por los misioneros
españoles para evangelizar a los indígenas, lo que dio pie al villancico
criollo y sacro. De hecho, como han documentado Zuloaga Valencia y Marín López,
la producción de villancicos en España y América fue asombrosa en el pasado.
Tan asombrosa como las llamaradas que consumieron los archivos antiguos por
instrucción de los cabildos.
Antes
de que Chabelo hiciera su versión popular de “Mamacita, dónde está Santa Claus”,
ya existía la versión original de Augie Ríos, un intérprete infantil, escrita
por George Scheck, Rod Parker, y Al Greiner. De igual forma, previo a los
villancicos cultos y sacros de mi querida Sor Juana Inés de la Cruz, ya estaban
los de corte profano, popular y anónimo. Así pues, en los villancicos había dos
formas de tradición: la vulgar y la culta. En el primer caso eran composiciones
individuales o colectivas emanadas del pueblo. En el segundo, eran
composiciones artificiosas, elaboradas por poetas y compositores, quienes no
necesariamente albergaban en su pecho la intención de recoger las tradiciones
populares. De hecho rompen con el villancico vulgar en su estructura, en su
polifonía, y se apropian de una interpretación mucho más personalizada de las
formas antiguas.
Además,
existen algunos cancioneros de finales del siglo XV y principios del siglo XVI
que pueden revelarnos está evolución entre lo vulgar y lo culto. Ellos son un
invaluable puente de contacto con la tradición oral, de la lírica popular no
escrita, durante la Edad Media. Recordemos que antes del siglo XV no se le
llamaba villancico en otros países, sino zéjel, cantiga, rondó, virelai,
ballade, villanella, villamotta,
pastorella di natale (de origen italiano).
En
cuanto al carácter emotivo de los villancicos, cada quien habla de ellos según
su evocación. En lo particular me traen recuerdos entrañables: como encontrarme
al coro del Ejército de Salvación, cantando en la Alameda Central, mientras
camino diligente a comprar libros al Fondo de Cultura Económica “Juan José
Arreola”; o aquella tarde en que leí las cálidas letras de los villancicos
sacros de Sor Juana o los profanos de Juan del Encina, en una modesta cafetería
de la calle de Donceles; o escuché la fascinante música de Manuel de Sumaya en
un atrio de la ciudad de Querétaro; o vi al irreverente “Alf”, mi serie
favorita en la infancia, celebrar la Navidad con los Tanner, mientras afirmaba
que en Melmac los villancicos estaban en prisión.
Uno
sabe que la Navidad ha llegado, cuando las líneas de un viejo poema, de Juan
del Encina, encienden el afecto y apuran el brío: “Comamos y bebamos tanto, /hasta que nos
reventemos,/que mañana ayunaremos”.
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